Lo sentí en la forma en que su cuerpo se tensó contra el mío, en la manera en que su respiración se detuvo por un segundo.
Los turistas entendieron el mensaje. Dieron un paso atrás, murmurando algo antes de largarse.
Cuando desaparecieron entre la multitud, miré a Aria.
—No quiero que vuelvas a hablar con extraños.
Ella arqueó una ceja.
—¿En serio?
—Muy en serio.
—No puedes evitar que la gente me hable.
—Pero puedo hacer que lo piensen dos veces antes de intentarlo.
Ella rodó los ojos, pero la manera en que sus dedos jugaron con la cadena de mi cuello me dijo que, en el fondo, le gustaba.
Le gustaba mi posesión.
—Eres imposible.
—Y tú eres mía.
Ella se mordió el labio, y por un instante, el mar dejó de importar. Porque el verdadero incendio estaba entre nosotros.
La tensión entre nosotros todavía vibraba en el aire cuando decidí que era mejor hacer algo antes de que terminara marcándola de nuevo frente a toda la maldita playa.
—Vamos. —Tomé su mano y la j