Los enamorados están tan absortos el uno en el otro que no se percatan de que han estado siguiéndolos desde que salieron del restaurante.
Neil Taylor, antiguo compañero de High School de Everly, quien también es abogado de oficio en Denver, guarda su propio secreto.
—¿Les has tomado fotos? —pregunta Neil a su lacayo, que se oculta sigilosamente entre los autos del estacionamiento.
—Sí, señor. ¿Está seguro de que quiere hacer esto? —inquiere el hombre de piel gruesa y mirada cansada bajo la luz de la luna—. ¿Sabe cómo apodan a Eirikr Jackson?
—Sí, sí, «El príncipe de Denver» —expresa, Neil a través del teléfono—. Solo toma las fotos y síguelos. Necesitamos saber dónde vive.
—Señor, además de «El príncipe de Denver», lo llaman «El León» —aclara el subordinado, preocupado por ser descubierto.
Neil suelta una carcajada al otro lado de la línea.
—¿Será porque es el próximo rey de esta selva? —se burla del sobrenombre.
—No. Porque juega con sus presas antes de matarlas —confiesa el hombre pa