La cruel realidad

La tarde caía sobre la casa de Eiríkr con una lentitud pesada, casi cruel. El cielo, teñido de un naranja oscuro, se colaba por los ventanales del salón como un presagio. Afuera, el jardín parecía contener la respiración, y dentro, el aire era denso, caliente… como si las paredes supieran que algo se estaba por romper.

Everly bajó las escaleras aún con el pulso alterado. Leone se había marchado hacía apenas unos minutos, dejando tras de sí un hilo de tensión que no se había disipado, sino que se expandía como una mancha invisible por toda la casa.

Eiríkr estaba de pie frente a la ventana, con las manos apoyadas sobre el alféizar, la espalda rígida y la mirada perdida en algún punto lejano del horizonte. Un hombre hecho de acero… que aún así temblaba por dentro.

—Tenemos que hablar —dijo él sin volverse, temía verla, saber que podría perderla luego de confesarle la verdad.

La frase cayó entre ellos como un martillazo, Everly sintió su estómago pesado.

Ella se detuvo a un par de pasos
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