Tragó grueso, intentando que el dolor no la invadiera, pero la presión en su pecho no la dejaba respirar con normalidad. No iba a llorar. Las lágrimas ya no tenían cabida. El vacío que sentía por dentro era mucho más grande que cualquier dolor físico, pero ella iba a mantener la compostura. No podía permitirse quebrarse.
Alejandro, ese hombre que había sido su todo. El que, por una breve fracción de tiempo, le había hecho creer que ella era la mujer de su vida. La elegida. Esa mentira fue lo que más la devastó, lo que más le dolió. Pero él, él nunca había dejado de pensar en otra mujer, una desgraciada que ni siquiera merecía estar en su misma órbita.
El aire parecía escaparse de su pecho mientras sus pensamientos se aceleraban, una vorágine de rabia y decepción. No, no iba a ser su víctima. No otra vez. Ya no. Nunca más. Ya no tenía nada más que perder.
No iba a permitir que él siguiera pisoteando su dignidad.
La puerta de su habitación se cerró tras ella con un leve clic, y sus paso