Alejandro estaba sentado detrás de su escritorio, con sus manos firmemente apoyadas sobre la superficie de madera pulida, mientras sus ojos se mantenían fijos en los papeles y fotografías desplegados frente a él.
Isabel.
El pensamiento se repetía en su mente con la misma insistencia que las olas golpean una roca. Cada minuto que pasaba sin encontrarla lo sumía un poco más en la desesperación. Su rostro, normalmente sereno y calculador, estaba marcado por una preocupación visible. Sus hombres le traían nuevas pistas todos los días. A veces, parecía que se estaban acercando; otras, todo caía en saco roto. Pero esa tarde, algo había cambiado. Un rumor recién llegado desde Estados Unidos indicaba que alguien había sido visto con la descripción de Isabel. Estaba cerca. La esperanza volvió a encenderse en su pecho, aunque apagada por la incertidumbre de que, tal vez, solo fuera otra pista errónea.
El sonido de la puerta se abrió y cerró suavemente. Fue Lorenzo quien entró, su expresión algo