꧁ ISABEL ꧂
Hugo abrió la puerta con esa seguridad ligera que a veces me desesperaba y otras me calmaba. Me miró, me sonrió con esa mezcla de triunfo y alivio, y me dijo, como quien comparte la última ficha de un plan, que no me preocupara. “Tranquila —me dijo—, no es Alejandro. Es nuestro as bajo la manga. Nos va a ayudar”. Y yo, por un instante, quise creerle. Quise creer que con solo pronunciar la frase todo se arreglaría: que el miedo se iría, que la sombra que Alejandro había dejado sobre mí se disolvería como niebla al sol.
Pero... mi corazón dio un vuelco dentro de mi pecho, al ver a Scott Richardson en el umbral de la puerta.
La idea de volver a depender de un hombre poderoso, de un apellido que impone y que lo arregla todo con llamadas y ejecutivos, me revolvió el estómago.
Scott entró con paso pausado, como quien conoce el terreno y no necesita imponerse para ocuparlo. Tenía el traje impecable, la corbata perfectamente alineada y una carpeta bajo el brazo que parecía contener