NARRA EMERSON
Me bajé del auto y me encaminé hacia la entrada de mi hogar. Me sentía muchísimo mejor y todo se lo debía a… Berenice; ese apodo verdaderamente le hacía justicia.
Descubrí que era una mujer encantadora y se preocupaba por los demás. Era muy servicial e iba a estar muy agradecido con ella por toda su ayuda para conmigo. Había criado a un hijo maravilloso, que había logrado sacarme varias sonrisas, en poco tiempo de conocernos.
Además que todos eran una familia encantadora y simpática, Ernest y Rosario me habían caído de maravillas, claro que no tenía con ellos tan buena relación como con Berenice y Dante. Seguía dando vueltas por mi cabeza, ¿Dónde estaría el padre de Dante? Al parecer no había ido a dormir a la casa ni tampoco estaba en el desayuno. Si yo tuviera esa familia hermosa, trataría de estar todo el tiempo con ellos.
—¡Mi niño! —Exclamó Veronica una vez que entre a la mansión—. ¿Estás mejor? ¿Necesitas algo? —preguntó atropelladamente.
—Veronica, tranquila. Esto