NARRA EMERSON
No era el Grinch, ni odiaba la navidad ni mucho menos pero… ¿había que poner esas hermosas lucecitas por todos lados? Hasta soñaba con aquello, cerraba los ojos y veía parpadear luces verdes, rojas, azules y amarillas.
¡Estaba volviendo loco!
Berenice era una loca obsesionada con los detalles navideños y los niños la secundaban con mucho ánimo. Muchas veces temí por mi seguridad, al imaginar que una mañana me levantaría y tendría un juego de luces en vez de mi corbata puesta en el cuello. Muy exagerado, lo sé.
—Un poco a la izquierda —señaló mi ángel.
¿Dije que estaba a unos cuatro metros de altura colgando el hermoso —nótese el sarcasmo—, del reno Rudolf en el tejado de la casa?
—Ahí está ¡perfecto! —chilló y dio brinquitos en su lugar.
Bajé las escaleras y miré hacia arriba viendo los arreglos navideños. Había quedado muy bien, aunque en la noche cuando encendiéramos las luces iba a quedar mucho mejor.
Me acerqué a Berenice y la rodeé con mis brazos a pesar de