Analisse
La fiesta era deslumbrante, como salida de un cuento de hadas. Desde el primer paso que di en este salón, sentí que había cruzado el umbral hacia otro mundo. Todo estaba perfectamente organizado, iluminado con candelabros majestuosos que colgaban como joyas del techo altísimo. Mesas repletas de exquisitos manjares, música suave de cuerdas, y un desfile interminable de invitados elegantemente vestidos. Nunca imaginé estar en un lugar como este, mucho menos formando parte de la élite que asistía. Pero lo que más me sorprendió fue verlo a él.
Sí, a ese hombre que una vez me ayudó en la plaza. Jamás imaginé que el desconocido de aquel día era el dueño de esta mansión gigantesca que parecía sacada de un sueño lujoso. Al verme, se detuvo un instante y me observó con la misma sorpresa que yo sentía. Me saludó con amabilidad y una sonrisa que no supe cómo interpretar, pero luego se retiró para saludar a sus demás invitados.
—¿Qué tanto piensas, querida Analisse? —preguntó Leonard, ac