Leonard
Estoy a punto de explotar de la rabia. No puedo creer que hayan cometido tal locura, apenas escuché lo sucedido, sentí que el estómago se me revolvía del coraje, lleve a Analisse a tiempo al hospital. Ahora me encontró en mi oficina con el ceño fruncido, los labios tensos y la mirada fija en las responsables, me crucé de brazos y hablé con firmeza, sin alzar la voz, pero con un tono tan seco que helaba el ambiente.
—¿Fue intencional? —pregunté, mirando a cada una de ellas directamente a los ojos—. ¿Se les resbaló de verdad, o fue un acto deliberado?
Ninguna tuvo el valor de admitir algo concreto. Solo murmuraban frases inconexas, temblorosas, intentando defenderse. Pero, qué casualidad, justo ese día llama a Analisse al laboratorio... y pum, se cae uno de los frascos más delicados. Justo ese. ¡Eso no fue un accidente!
—No lo hice por gusto —musitó una de ellas—. Jamás haría eso... Nadie me pidió hacerlo, se lo juro.
—Escúchame bien —le advertí, con el tono más gélido que podía