Leonard
Esa mujer me bulle sin el menor disimulo. Ni siquiera intenta esconder su molestia cuando ve a Analisse. Su mirada es tan directa, tan evidente, que cualquiera lo notaría. Y para empeorar el momento, mi primo, el estúpido de Vicenzo, no deja de murmurar tonterías, como si estuviéramos en una comedia de mal gusto.
De pronto, él se levanta y me mira. Camina hacia Diana, con esa sonrisa falsa que le conozco tan bien, y le suelta:
—Puedes hablar con la señorita, parece algo urgente, primo.
—No, gracias. No necesito hablar —respondo con frialdad, clavando la vista en Diana.
—Discúlpame, no sabía que él estaba casado —dice ella, con tono sarcástico.
—Pues sí lo está —interviene Analisse, firme, apretándose más a mí—. Yo soy su esposa. Que bueno que supo actuar.
—Oh… vaya, no lo sabía —responde Diana, fingiendo sorpresa.
—Sí, así es, por esa razón, no tenemos nada de que hablar tú y yo. Por favor, puedes irte.
— Me iré, pero sabes algo, yo también fui su esposa y se que es un tipo in