La semana que siguió al encuentro en el despacho de Marcello fue una agonía. La tensión entre nosotros era tan densa que apenas podíamos compartir el mismo espacio. Él intentaba mantener la fachada de jefe estricto, pero sus miradas furtivas, cargadas de una mezcla de posesión y vergüenza, lo delataban. Yo, por mi parte, operaba en modo automático: madre falsa eficiente durante el día, fantasma silencioso por la noche.
La culpa era un peso constante. No era justo para Nick, que al menos era honesto en su desinterés emocional. Y era aún peor para mí, porque me había convertido en una mentirosa y en la personificación de la traición. La noche con Marcello, aunque explosiva, había sido un error catastrófico que amenazaba con derrumbar toda mi operación, y lo más importante, mi dignidad.
Una mañana, después de dejar a los niños en la escuela, me senté en la parte trasera del Jeep junto a Jasper. En lugar de ir a casa, pedí que me llevara a la playa. Necesitaba el océano, el ruido de las o