—Señor Greco, la señorita Emma lo está esperando en su oficina junto a su abogado.
Asiento sin decir nada y voy rápido hacia el ascensor.
M****a, yo sabía que esto iba a pasar.
—¿Podemos saber quién fue? —pregunto al llegar a mi oficina, cerrando la puerta con fuerza.
—¿De qué serviría saberlo? —Arabella pregunta desde su asiento, cruzada de brazos—. Era obvio que si algún chismoso te veía conmigo iba a publicarlo en las redes.
—Por eso la idea era tener un mánager antes de que eso pasara —gruño, dirigiendo mi frustración hacia donde sabía que la merecía.
—Pero tú me lo pediste ayer —Frank, mi abogado, se defiende—. Y ya está por llegar.
—De todas formas, en el video no se ve nada comprometedor —la supuesta madre de mis hijos intenta bajarle el perfil al asunto—. Solo estamos comiendo nuestros helados mientras conversamos.
—Pero la prensa ya está diciendo que tengo un amorío contigo.
—Es lo que dicen siempre que te ven con una mujer, no es novedad —Frank se encoge de hombros—. Pero no