Inicio / Romance / MI ULTIMA CITA A CIEGAS / CAPÍTULO 5: EL DIAGNÓSTICO BRUTAL
CAPÍTULO 5: EL DIAGNÓSTICO BRUTAL

El Limonetto estaba en esa hora rara de la tarde en la que ya no era hora de almuerzo, pero tampoco de cena. Algunas mesas seguían ocupadas por gente con portátiles, otras por parejas atrasadas en sus conversaciones, y otras medio vacías con tazas solitarias.

La mesa 12, por supuesto, estaba impecable. Sin migas, sin rastros de café, sin una sola servilleta arrugada. Elías había terminado su última cita hacía veinte minutos, pero no se había ido. Revisaba su libreta negra, tachaba algo, hacía anotaciones al margen.

Maya lo observaba desde la barra mientras secaba tazas con una toalla que ya estaba seca desde hacía rato.

—Va a hacerle un hueco a ese cuaderno —murmuró.

—¿Vas a ir ya con tu informe o sigues recopilando pruebas? —preguntó Julián, sirviendo un espresso.

—Ya lo tengo listo —respondió ella, dándole unos golpecitos a su libreta beige—. Estoy esperando el momento dramático.

—¿Cuál es el momento dramático?

—Cuando se queda solo con su café, mirando al vacío como si la vida le hubiera quedado debiendo algo.

Julián miró a la mesa 12. Elías, efectivamente, miraba al vacío.

—Momento dramático detectado —anunció.

Maya se acomodó el delantal, respiró hondo y caminó hacia él como si fuera una cirujana a punto de dar un diagnóstico grave… con mucho sarcasmo.

Se plantó frente a la mesa.

—¿Te traigo otro café o ya estás hidratado con tanta decepción por hoy? —preguntó, apoyando una mano en el respaldo de la silla de enfrente.

Él levantó la mirada. No sonreía, pero tampoco lucía molesto. Solo… cansado.

—Solo uno más —dijo—. Y ya me voy.

—No —respondió ella.

—¿No?

—No te vas. Hoy tenemos pendiente una conversación.

Elías frunció el ceño.

—Maya, de verdad que—

—Siéntate bien —lo interrumpió, jalando la silla de enfrente y sentándose sin pedir permiso—. Esto va a tomar un rato.

Él abrió la boca.

Ella sacó su libreta beige y la colocó entre los dos.

—Te presento —dijo con solemnidad exagerada— el informe preliminar del paciente Elías. ¿Cuál es tu apellido? —Hizo una pausa para preguntar.

—Harrington —contestó sin emoción.

—Muy bien… Te presento el informe preliminar del paciente Elías Harrington. Estado: sentimentalmente accidentado.

Elías parpadeó.

—No soy tu paciente.

—Lo eres, sí —replicó, pasando la primera página—. Solo que todavía no te habías enterado.

Él miró alrededor, incómodo.

—Maya, hay gente…

—Peor, hay testigos —dijo ella, lanzándole una sonrisa a Julián, que los observaba desde la barra—. Empecemos.

Se aclaró la garganta.

—Observación número uno: hablas demasiado… de ti.

Él se puso rígido.

—Cuando se supone que debo conocer a alguien, es lógico que—

—No. Hablas demasiado de ti y demasiado pronto —lo cortó—. En la cita de hoy llevabas quince minutos explicando tu rutina diaria cuando ella solo te había preguntado “¿a qué te dedicas?”.

—Es una pregunta abierta —se defendió él—. Hay mucho contexto.

—No eres un manual de usuario, Elías.

Él apretó los labios, pero no dijo nada.

Maya siguió leyendo:

—Observación número dos: interrogas a las mujeres como si todas fueran sospechosas de robar un banco.

—Solo trato de—

—“¿Cuál fue tu última relación seria?”, “¿por qué terminó?”, “¿con qué frecuencia discutes?”, “¿te consideras estable emocionalmente del uno al diez?”, “¿trabajas?”, “¿cocinas?”, “¿dónde estuviste esta mañana?”, “¿alguna vez has cometido algún delito?” —leyó ella de sus notas, imitándolo—. Por favor, ni la Interpol pregunta tanto.

Julián se estaba riendo abiertamente en la barra.

Elías lo fulminó con la mirada.

—¿Podrías dejar de escuchar? —lo llamó.

—Podrías hablar más bajo —respondió Julián, dándole un sorbo a su espresso.

Maya ocultó una sonrisa.

—Observación número tres —prosiguió—: casi no miras a los ojos.

—Eso no es cierto —dijo Elías, ofendido.

—Miro mejor que las cámaras de seguridad, créeme.

Pasó la página.

—Durante toda la cita de hoy, mirabas más tu taza, tus manos, la salsera… que la cara de ella. Cada vez que te preguntaba algo personal, tu mirada se iba al lado contrario. Eso se llama miedo.

Él tragó saliva.

—No es miedo. Solo… proceso la información.

—Ya. Procesas mirando el salero como si te fuera a contestar —bromeó ella.

Él apretó la mandíbula.

Maya suavizó un poco el tono.

—Observación número cuatro: corriges cosas que no hace falta corregir.

—Si alguien dice un dato equivocado…

—Si alguien dice “vinistes” en vez de “viniste” en una cita, puedes dejarlo pasar —dijo ella, remarcando con la mano—. No es un examen de gramática. Especialmente no cuando llevas diez minutos hablando de tablas de amortización.

Él bajó la mirada a la mesa. Se veía dolido… pero también consciente de que ella tenía razón.

—Observación número cinco —siguió, esta vez más suave—: quieres compatibilidad del cien por ciento.

—Todos queremos eso —replicó él, en automático.

—No. Todos queremos sentirnos a gusto con alguien. Que nos escuchen, que nos abracen feo y aun así nos guste. Tú quieres un robot.

Él levantó la vista, dolido.

—No busco un robot.

—Sí, cariño —dijo ella con ternura y firmeza—, sí lo haces. “Tiene que ser organizada, puntual, controlada, sin dramas, sin celos, sin nada que salga del renglón”… ¿eso te suena a persona real?

Guardó silencio.

Julián se acercó discretamente, dejó dos cafés en la mesa y se volvió sin hablar.

Maya cerró la libreta un segundo.

—Y la observación más importante —agregó—: estás asustado.

Él respiró hondo.

—No estoy asustado.

—Estás aterrorizado —corrigió ella—. Porque si algún día aparece alguien que te guste de verdad, vas a tener que dejar de controlarlo todo. Y eso te da pánico.

Él apoyó la espalda en la silla, como si esas palabras lo hubieran empujado.

Se quedaron en silencio unos segundos.

Ruido de platos, cucharas, una canción suave sonando de fondo. Todo demasiado normal para lo que él sentía por dentro.

Por fin, Elías habló:

—¿Y qué se supone que haga con todo eso? —preguntó, con la voz más baja.

Maya dejó la libreta a un lado.

—Dejar que alguien te ayude —respondió—. No te estoy atacando, Elías. Te estoy diciendo lo que nadie se ha atrevido a decirte porque todos te ven muy… seguro. Pero no lo estás.

Él la miró.

Sus ojos grandes, su cabello medio despeinado, el delantal con una mancha de café, la libreta vieja, la mirada honesta.

—¿Y quién… quién se supone que me ayude? —soltó, casi con ironía cansada—. ¿Tú?

Maya sonrió.

—Exacto.

Él soltó una especie de risa incrédula.

—Maya, tú eres camarera.

—Y asesora sentimental freelance desde hoy —replicó, sin perder el ritmo—. Yo estoy aquí. Te observo, observo a tus citas, sé dónde la embarras y dónde podrías hacerlo mejor. Tienes datos en esa libreta —señaló la negra—, pero yo tengo… perspectiva.

Él mantuvo el silencio un momento más. Miró su libreta, miró la de ella.

Algo se movió dentro de él. Algo pequeño, tímido.

—No sé si es una buena idea —dijo.

—No lo es —respondió ella con una sonrisa amplia—. Pero tampoco es buena idea seguir haciendo lo mismo y esperando resultados diferentes.

Él bajó la mirada.

—¿Y si no funciona?

—Al menos te vas a reír —dijo ella—. Y no vas a morir de un colapso emocional por intentar sentir algo.

Lo dijo con humor, pero en sus ojos había una ternura que él no estaba acostumbrado a recibir.

—¿Y qué ganas tú? —preguntó al fin, intentando recuperar algo de control—. ¿Por qué te meterías en esto?

Ella se encogió de hombros.

—Tal vez me gusta arreglar cosas que otros dan por perdidas —respondió—. Tal vez me da rabia ver a alguien venir todos los días al mismo lugar, buscando algo, sin que nadie le diga que está mirando en la dirección equivocada.

Se levantó.

—Piénsalo —dijo—. No tienes que responder ahora. Pero te aviso algo: aunque digas que no, igual te voy a dar mi opinión cada vez que fracases.

Él levantó la vista.

—¿Aunque no te la pida?

—Especialmente si no me la pides.

Y guiñándole un ojo, se fue a atender otra mesa, dejándolo con una taza de café, dos libretas y una sensación nueva:

Miedo, sí.

Pero también… esperanza.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP