Mundo ficciónIniciar sesiónEl bar “El Timbal Rojo” era uno de esos lugares donde la música nunca estaba a un volumen aceptable y las mesas siempre parecían pegajosas aunque las limpiaran cada cinco minutos. Pero ahí se reunían desde hacía años los amigos de Elías, autodenominados, con cero vergüenza, “el comité de expertos en nada”.
Nico llegó primero, como siempre, porque vivía a dos cuadras y era incapaz de ser impuntual. Tenía barba descuidada, ojos vivaces y el humor más cruel disfrazado de cariño. Tomás apareció después, alto, flaco, con la postura de un perezoso profesional. Y Laura llegó al final, elegante, puntual, y ese tipo de mujer que resolvía problemas solo con la forma de mirar. Cuando Elías entró, todos lo reconocieron al instante. —¡Ahí viene el hombre que más ha invertido en café y decepciones! —gritó Nico levantando la mano. Elías soltó un suspiro. —¿Pueden saludar como personas normales? —No —respondió Tomás, bebiendo cerveza como si fuera una extensión natural de su mano. Se sentaron. Laura observó a Elías con atención. —Tienes cara de algo —diagnosticó ella—. ¿Mala cita? —¿Cuál? ¿La cita número seiscientos treinta y dos o la vida completa? —bromeó Nico. Elías apoyó la libreta sobre la mesa. —Conocí a una mujer hoy —comenzó. —¡Milagro! —dijo Tomás. —Una mujer distinta —aclaró Elías—. No fue una cita. Nico arqueó una ceja. —¿Y quién es la afortunada que no tuvo que sufrir un interrogatorio de compatibilidad? Elías respiró hondo antes de decirlo: —La camarera del café. Hubo un silencio. Y luego… —JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA —explosión colectiva. Elías se masajeó la frente. —¿Ven? Por eso no quería contarlo. Laura fue la primera en recuperar la compostura. —¿La camarera? ¿La del café donde te reúnes siempre? —Sí. Maya. —Su nombre suena a problemas —opinó Tomás. —Todos los nombres suenan a problemas para ti —le respondió Nico. Elías siguió: —Ella… quiere ayudarme. Otro silencio. Más pequeño. Más sorprendido. —¿Ayudarte? —repitió Laura—. ¿En qué exactamente? —En mis citas. Tomás escupió cerveza. —¡¿Qué?! ¿La camarera quiere convertirte en su proyecto de caridad amorosa? —No es caridad —dijo Elías, incómodo—. Es… asesoría. —Hermano —dijo Nico inclinándose hacia él—, si una mujer se ofrece a ayudarte sin que tú lo pidas, eso es red flag nivel Dios. Laura lo miró mal. —No escuches a este cavernícola. Pero sí dime: ¿qué te dijo ella? Elías recordó su diagnóstico brutal. —Que estoy coleccionando excusas para no quedarme con nadie —admitió. Nico chifló. —Ouch! Directa. Me cae bien. —Que busco un clon de mí mismo —añadió Elías. Tomás levantó la mano. —Es verdad. —Y que necesito… ayuda —terminó él, bajando un poco la voz. Laura apoyó la mano en la mesa, suave. —Eli… cariño, si llevas dos años saliendo con medio país y nada funciona, no es tu culpa. Pero sí puede ser que estés… trabado. —Trabadísimo —corrigió Nico. —Atascado —añadió Tomás. —Atrapado en una cámara de eco emocional —concluyó Laura con elegancia. Elías los miró a todos con la dignidad de un rey destronado. —No necesito ayuda. —Sí necesitas —dijeron los tres al tiempo. La conversación siguió entre bromas y análisis fallidos. Pero algo quedó flotando en el aire, silencioso y real: Por primera vez en mucho tiempo, Elías consideró la posibilidad de que tal vez… tal vez Maya tenía razón.






