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Nuevo beta de la empresa Vanross Tecnologies

Dicen que la graduación es el día más feliz de tu vida. Mentira del diablo. El día más feliz es cuando abres la nevera y todavía queda pizza fría que no recuerdas haber dejado. Pero bueno, ahí estaba yo, con toga, birrete, un calor del demonio y un diploma que pesaba más que mi autoestima, sintiéndome por fin alguien despues de un descanso de la universidad de cinco años porque me dedique a tener trabajos de medio tiempo y tiempo completo.

El auditorio estaba lleno de hijos de alfas y omegas, todos brillantes, todos radiantes, todos con un séquito de admiradores. Y yo… yo era el beta mas viejo con traje barato, temblando como si hubiera corrido un maratón, sosteniendo mi diploma como quien agarra la última rebanada de pastel en una fiesta infantil: con miedo de que me lo arrebaten.

—¿Vas a la fiesta de graduación? —me preguntó Xion, mi mejor amigo beta, el único que entiende lo que es ser el relleno humano en este sandwich de feromonas que llaman sociedad.

—No. Estoy agotado, ayer hice una pequeña remodelación en la casa de papá —le respondí, sacando mi cigarrillo electrónico sabor menta, porque si voy a morir ignorado por todos, al menos que huela fresco—. Disculpame con los demás. Debo regresar a casa, no doy para más. Además, no me siento muy bien.

Xion puso cara de mamá preocupada, aunque se que está enamorado de mi.

—Bien, pero luego nos juntamos para unas cervezas. Y deja de fumar, es un mal hábito. Que dscanses.

—De acuerdo —mentí descaradamente, porque ni muerto dejo mi vapeador.

Cuando llegué a casa, lo primero que sentí fue un abrazo de oso.

—Ya era hora de dejar de perder el tiempo. Lastima que no quieres seguir mis pasos y ser maestro en la universidad en donde imparto clases —dijo Elior, mi padre alfa, apretándome tan fuerte contra su pecho que casi me saca los pulmones por las orejas.

—No quiero ser maestro, te lo dije.

A su lado, mi hermano Richard, con apenas quince años y esa sonrisa de “soy más guapo y más alto que tú y lo sabes”, me revolvió el cabello.

—Ahora sí, tendrás que mantenerme.

—Búscate un trabajo de medio tiempo —le respondí, y por un segundo me sentí como un adulto responsable… hasta que me acordé de que en mi habitación me esperaba un póster de Maelik Vanross el famoso y nuevo empresario que se convirtió en mi chrush y una pecera con dos peces betas llamados Pizza y Burrito. Sí, ese es mi nivel de madurez.

Esa noche celebramos con un pastel barato que papá compró con su sueldo de profesor universitario. No era mucho, pero sabía mejor que cualquier banquete de los Vanross. Por lo menos no estaba borracho y maldiciendome como acostumbraba.

Subí a mi habitación después de la celebración. Todo estaba como siempre: ordenado, aburrido, gris… salvo la pared detrás de mi cama, cubierta de fotos de mi amor platónico. Sí, lo confieso: soy un stalker amateur. Recortes de revistas, capturas de pantalla, hasta un calendario con su cara. Si el FBI entrara aquí, pensarían que planeo secuestrar al CEO más deseado de new york.

Dejé la toga y el birrete en la silla, acaricié el retrato de mi otro padre, Caelum, ese omega de sonrisa serena que un día se largó detrás de un científico y nunca volvió. No lo odio, pero tampoco lo entiendo.

—Ya soy todo un hombre… me pregunto si estarías orgulloso de mí si te enteras que me gradué con honores a pesar de tomar un largo descanso.

Luego le di de comer a Pizza y Burrito, mis peces. No juzguen: los nombres los escogí porque la comida rápida es lo único constante en mi vida.

Después me tiré en la cama y jugué videojuegos hasta que mis ojos casi sangraron, mientras tomaba algunas cervezas. Antes de dormirme, miré la pared y suspiré como idiota.

—Yo sería el hombre más feliz si tan solo me miraras una sola vez —le dije a una foto de Maelik, porque hablarle a papel couché es gratis y no duele tanto como la realidad.

Al día siguiente me levanté con resaca por el six pack de cerveza que me tomé, tenia que conseguir un nuevo empleo, uno que me sacara de la pobreza, asi que mire en el correo y alli estaba el periodico de la mañana. Prepare cafe unas tostadas y fui directo a los clasificados. Y entonces vi el anuncio:

“Mensajero Beta recien graduado para Vanross Technologies – Disponibilidad inmediata. Sector Manhattan.”

Casi escupo el café. ¿Mensajero? ¿Yo? ¿En la empresa más influyente de la ciudad? ¿En el reino de Maelik Vanross?

Sí, amigos. No me importaba el sueldo, ni los horarios, ni si tenía que limpiar los baños con un cepillo de dientes. Si había una mínima posibilidad de ver a Maelik de cerca, ahí estaría yo. Aunque ya imaginaba a mi padre vuelto loco maldiciendome. Asi que sin pensarlo mucho me puse mis mejores trapos y sali para conquistar a los reclutadores y que me dieran el trabajo.

El edificio de Vanross Technologies parecía un obelisco alienígena hecho de vidrio. Llegué con mi trajecito sencillo —que compré en oferta y aún olía a almacén— y zapatos nuevos que me sacaban ampollas. Me sentía como un beta campesino entrando al Olimpo de los alfas. Por suelte la empresa no me quedaba tan lejos. A una hora en metro lo hacia como el mejor.

Las puertas se abrieron y el aire acondicionado me golpeó con olor a nuevo y limpieza, imagino que estaba lleno de feromonas alfa , aunque solo mi nariz reconocia los perfumes caros, porque trabajé en una perfumeria por una temporada. Pantallas por todas partes, recepcionistas impecables, omegas que parecían recién salidos de una pasarela. Y yo… yo parecía el extra que cortan en la edición final en una habitación oscura en el sótano del edificio.

—Buenos días. Vengo por una entrevista. Llame temprano. —dije, tratando de sonar como alguien que pertenece aquí y no como un acosador.

—Debes ser el señorito Raven Lockridge —me respondió la recepcionista, Rachel, con una sonrisa de esas que dicen “no me pagan suficiente para que me importe, pero igual soy amable porque es esta empresa”.

—El mismo.

—Ven conmigo. Tendrás la entrevista en la sala de juntas. También deberás llenar un complejo examen psicológico y hacerte la prueba de segundo género… ya sabes, solo para confirmar que no seas un omega intentando infiltrarse. El puesto debe ser estrictamente para betas con nivel académico perfecto.

—Entiendo —contesté, tragando saliva.

Caminamos por el vestíbulo y entonces lo vi.

Maelik Vanross.

Mi amor platónico, mi dios griego, mi sol privado. El hombre que hace que mis peces tengan nombres de comida chatarra porque mi dieta mental es puro drama romántico.

Alto. Imponente. Un alfa con porte de dios griego que acababa de salir del gimnasio de los inmortales. Cabello rubio cenizo que brillaba como si hubiera contratado un foco personal para seguirlo a todas partes. Ojos verdes tan intensos que sentí que podían escanearme el alma y encontrar mi historial de búsquedas. (Nota mental: borrar “cómo seducir a un alfa sin feromonas” de mi navegador). Es el mas joven empresario de la historia con un patrimonio billonario que superaba las diez cifras.

Y lo peor —o lo mejor— es que ni siquiera me miró. Pasó junto a mí como si yo fuera un mueble. Ni una pestaña movió. Ni un respiro. Nada. Porque eso somos los betas: muebles con sentimientos.

—Oh, m****a… —pensé, con las piernas flojas—. Es todavía más hermoso que en las revistas y la televisión. ¿Qué champú usará? ¿Brillo celestial con extracto de unicornios?

Rachel, la recepcionista, notó mi cara de idiota enamorado. Creo que casi babeaba.

—Ascendió a CEO hace dos años —susurró como si hablara de un santo—. Es el joven Maelik Vanross, hijo mayor de una pareja de chaebor. Si no quieres terminar despedido o en problemas judiciales, procura no cruzarte en su camino. Odia tomar el ascensor con personas que no sean su asistente personal. Viene tres veces a la semana. Adora los animales. Y ultimamente solo se acuesta con omegas.

Yo estaba tan atontado que lo único que salió de mi boca fue:

—Wao, es como ver el sol de la mañana. Ese pelo dorado, esos ojos verdes… ¿cuál será el champú que usa?

Rachel soltó una risita.

—Típico de los betas. Ven más allá del deseo y las feromonas. Son más detallistas y románticos. Eres muy lindo.

—Perdón —me encogí de hombros, como si hubiera confesado un crimen.

—Tranquilo. Debe ser la primera vez que lo ves de cerca. No es pecado por aquí. Tu secreto de admiración hacia su champú está a salvo. Pero no te hagas ilusiones, cariño. Es el amor platónico de muchos: alfas, omegas, incluso betas. Aunque en realidad… personas como él solo se fijan en estatus, belleza y en el impulso alfa sexual del momento.

Me hundí un poco más en el piso, como si quisiera convertirme en moqueta. Rachel añadió la estocada final:

—Quien se acuesta con él debe firmar un acuerdo de confidencialidad. Y si lo rompes, prepárate para una demanda millonaria si das detalle de su vida privada o sus negocios.

Y ahí estaba yo, parado con mi traje barato, pensando: bienvenido al paraíso, Raven. Tu amor platónico ni sabe que existes y si llegara a notarte, lo haría con un contrato en la mano.

Pero no me importaba. Aunque fuera solo verlo de lejos, aunque nunca me mirara… ahí estaba Maelik, y yo ya me sentía parte del universo que giraba alrededor de él.

Yo, Raven Lockridge, beta invisible, a punto de convertirme en el mensajero más feliz —y más patético— de todo Manhattan.

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