Muchos dicen que vivimos en el paraíso en la tierra.
Pero yo… yo no vivo en ese paraíso del que todos hablan.
No porque me falte techo o comida —aunque a veces sí me falta—, sino porque nací beta. Y ser beta en este mundo es como ser un error de fábrica, un humano comun y corriente sin nada de especial. No hueles a nada exótico solo a sudor corporal, no excitas a nadie por las feromonas porque carecemos de ellas, no inspiras obediencia, ni devoción o sometimiento (osea que puedes mandar a la m****a a cualquiera si fuera el caso). Para los alfas y los omegas somos “los humanos”, y créeme, no lo dicen con cariño.
Cuando era niño solía preguntarle a mi padre por qué yo no olía como él. Papá era un alfa que mi madre amaba hasta cierto punto y decia que olia a azafrán, de esos que con solo caminar en la habitación todos los omegas bajaban la cabeza. Su voz imponía, sus gestos pesaban, y cuando se enojaba, hasta los muebles parecían encogerse. Quien me concibió otro hombre al que llamaba madre, en cambio, era un omega masculino. Frágil, hermoso, delicado, como una obra de arte que respiraba. El siempre olía a jazmín, incluso cuando lloraba. Decía que su aroma era su condena y su arma. A mí… a mí nunca me salió nada. Nunca tuve feromonas. Nunca me temblaron las manos cuando un alfa rugía cerca, ni me puse de rodillas por un aroma dulce de un omega en celo.
Nada. Silencio químico.
Crecí junto a mi hermano menor, Richard. Él sí heredó más del lado alfa de mi padre. Era más alto, más lindo. Desde bebé se notaba que tenía ese brillo en los ojos, esa forma de moverse como si el mundo le perteneciera. Yo lo miraba y pensaba: qué cabrón, hasta respirando parece especial. Yo, en cambio, pasaba desapercibido. En las fiestas familiares, todos lo querían cargar a él, tocarlo, preguntarle cosas. A mí me daban una palmadita en la cabeza y listo, como si fuera el perro de la casa.
No me dolía, al principio. Era lo normal. Pero cuando crecí y empecé a darme cuenta de cómo funcionaba la sociedad, sí empezó a arder.
En el colegio, por ejemplo, las clases estaban divididas. Los alfas tenían tutorías de liderazgo, feromonas, control del instinto. Los omegas aprendían cómo regular su ciclo, cómo cantar, cómo bailar, cómo “potenciar su atractivo”. ¿Y los betas? Nada. Nos daban materias básicas: matemáticas, historia, idiomas, cursos tecnicos de pintura, mecánica o carpinteria. Como si fuéramos máquinas de oficina, destinados a ser choferes, asistentes o cajeros. Y lo peor es que todos lo asumían sin queja.
Yo nunca acepté esa m****a.
La primera vez que sentí de verdad lo que era ser beta fue a los doce años. Había un omega en mi clase, se llamaba Jorsh. Carita perfecta, voz suave, todos estábamos medio embobados con él. Un día le dio un ataque de RUT en medio del recreo. Imagínense la escena: los alfas alrededor se volvían locos, luegos nos dijeron que las feromonas llenaron el aire como perfume pesado. Algunos profesores corrían a inyectarlo para calmarlo, otros intentaban contener a los alfas que casi se arrancaban la ropa para tirarse encima de él. Y yo junto a otros betas… nada. Me daban lástima y agradeci no ser uno de ellos.
Lo miraba todo como si fuera una película a la que me habían invitado pero no me daban entrada. Casi todos estaban afectados, menos los betas. Ni una gota de sudor, ni un latido acelerado. Solo vacío. Jorsh gritaba, suplicaba, y yo lo único que pensaba era: m****a, qué doloroso.
Esa fue la primera vez que entendí que yo no era parte de esa dinámica. Ni como depredador ni como presa. Solo un espectador.
La gente cree que ser beta es “libertad”. Sí, claro. No nos afectan las feromonas, no tenemos RUT, no dependemos de inyecciones ni de vínculos de apareamiento. Podemos amar sin ataduras genéticas, y cuando nos dejan, no nos morimos de pena como los omegas o alfas vinculados.
Pero dime tú si eso es libertad o condena.
Porque al final, nadie nos elige. Nadie sueña con estar con un beta. Nadie escribe canciones sobre betas. Nadie se desmaya por el olor de un beta. Somos invisibles. Si te enamoras de alguien, lo más probable es que te vean como un juguete barato. “Ay, qué tierno, el beta está ilusionado”. Y luego te tiran como un trapo viejo y arrugado cuando llega alguien “de su clase”. Te cambian asi no mas. Al igual entre ellos se cambian como calcetines si no estan marcados.
Yo lo viví. Me enamoré a los quince de una omega llamada Elaine. Ella era hermosa, lo juro. Tenía esa luz que solo ellos tienen, esa forma de moverse que hipnotiza. Me dejaba hablarle en los recreos, incluso me sonreía. Yo me imaginaba futuro con ella. Un día, con todo mi valor, le dije que me gustaba. ¿Saben qué hizo? Se rió. Una risa bajita, como quien escucha un chiste malo. Y me dijo:
Esa frase me partió en dos.
Desde ese día decidí que no iba a ser invisible. Que aunque no tuviera feromonas, iba a gritar mi existencia de otra forma. Mi ejemplo a seguir y mi crush, un alfa dominante Maelik
La universidad fue mi primer campo de batalla.
Yo entré siendo un niño, con dieciciete años, porque mi cabeza siempre estuvo adelantada. Los demás me veían como un rarito. Y sí, lo era a m manera. Pero yo no quería que me vieran como un sirviente, quería que me respetaran por mi cerebro. Al principio me trataban como “el niño beta que estudia mucho”. Pero poco a poco me fui ganando espacio. Discutía en clase, rebatía a los profesores, ganaba concursos académicos. Y aunque los alfas intentaban opacarme con su aura, yo seguía de pie.
Mi hermano menor, Richard también estaba ahí, brillando a su modo. Pero él tenía a los alfas alrededor, lo admiraban, lo respetaban. Yo me ganaba respeto a punta de sudor y esfuerzo. Y esa diferencia pesaba. La dejé en el segundo año de economia para trabajar y ayudar con los gastos de la casa cuando mi madre nos abandonó.
A veces me preguntaba si mi padre se avergonzaba de mí. Él, un alfa inteligente y maestro universitario, y su hijos… dos beta sin olor. Nunca me lo dijo, pero lo veía en su mirada. Como si yo siendo el primero, fuera un recordatorio de que no todo lo que toca un alfa se convierte en oro.
¿Quieres saber qué se siente ser beta en una discoteca?
Yo aprendí a usar eso a mi favor. Como no me afectan las feromonas, podía acercarme a los omegas cuando estaban en pleno ciclo y calmarlos con palabras, con lógica o llamando a emergencias y evitar que se quitaran las ropas. Muchos terminaban viéndome como “seguro”, alguien con quien podían hablar sin miedo.
La verdad es que, si me preguntas qué soy… soy un error orgulloso.
A veces me pregunto qué hubiera pasado si hubiera nacido alfa. Tal vez tendría un ejército de seguidores, una pareja marcada, poder en mis manos. O si hubiera nacido omega, quizá sería un ídolo, alguien que brilla en escenarios. Pero no. Soy beta. Y lo único que me queda es mi cerebro.