La habitación había sido acondicionada con todos los elementos robados del mundo humano: luces quirúrgicas, monitores, bandejas de acero brillante con bisturíes esterilizados, tubos, gasas, jeringas y una incubadora improvisada pero funcional, conectada a una fuente de energía extraída del bosque.
La camilla quirúrgica había sido reforzada con placas de madera tratada y forrada con telas blancas. Todo estaba listo, pero nadie lo sentía así. El miedo estaba instalado en el pecho de todos, lo cual era inevitable.
Somali yacía sobre la camilla, con la piel más pálida que nunca, los labios resecos y estando ligeramente consciente. Sus ojos se entreabrían con esfuerzo mientras sentía las manos tibias de Dorian envolviendo las suyas. Dorian no se había apartado de su lado desde hacía horas. El Alfa que nunca temía, que había vivido siglos sin mostrar debilidad, ahora no podía disimular su angustia.
Zeira se colocó los guantes quirúrgicos con manos temblorosas y respiró profundamente. No pod