Cada rincón del territorio estaba impregnado de una angustia muda que nadie se atrevía a nombrar con palabras. La salud de Somali pendía de un hilo, y aunque su cuerpo aún latía, todos sabían que algo profundo estaba quebrándose por dentro. El equilibrio que tanto trabajo había costado mantener durante esos meses se había roto de forma brusca, inesperada y brutal.
Dorian ya no se apartaba de su lado. Dormía a su lado, sentado en el borde del lecho, con la espalda encorvada y las manos sujetando las de ella como si con solo tocarlas pudiera devolverle la fuerza que el bebé le robaba segundo a segundo. Aunque Somali aún respiraba, su piel parecía casi translúcida, como un cristal opaco que dejaba ver debajo venas tensas, vacías de energía. Sus mejillas estaban hundidas. Sus labios, resecos. La criatura en su vientre seguía creciendo, poderoso, vibrante, pero cada nuevo latido de esa vida se alimentaba de la madre.
Zeira había dejado de acercarse físicamente. Incluso con todas sus técnic