La luz del amanecer se filtraba por las cortinas entreabertas cuando Alejandro despertó. Su mano se extendió instintivamente hacia el otro lado de la cama, buscando el calor de Mariana, pero solo encontró sábanas frías. Se incorporó de golpe, con el corazón martilleando contra su pecho. La habitación estaba vacía, sin rastro de ella.
Se fue.
El pensamiento lo golpeó como un puñetazo en el estómago. Después de todo lo ocurrido la noche anterior, después de haberse mostrado vulnerable, ella había decidido marcharse. No podía culparla. Él mismo le había dado suficientes razones para huir.
Se pasó una mano por el rostro, sintiendo cómo algo dentro de él se desmoronaba. Era irónico que él, Alejandro De la Vega, el hombre que había construido un imperio basado en el control absoluto, ahora se sintiera completamente perdido por la ausencia de una mujer que había entrado en su vida por un simple contrato.
Estaba a punto de levantarse cuando un aroma familiar inundó sus sentidos. Café. Café re