El aroma a café recién hecho y pan tostado inundaba la cocina de los Valverde. Mariana observaba a su madre moverse con gracia entre la estufa y la mesa, tarareando una vieja canción que solía cantarle cuando era niña. Había olvidado lo reconfortante que resultaba este ritual matutino, tan distinto a los desayunos silenciosos en la mansión De la Vega, donde el único sonido era el tintineo de la porcelana fina y el ocasional comentario sobre compromisos del día.
—¿Más café, hija? —preguntó Carmen, sosteniendo la cafetera con una sonrisa cálida que no ocultaba del todo su preocupación.
—Gracias, mamá.
Mariana extendió su taza, agradeciendo el calor que se extendió por sus dedos. Llevaba dos semanas en casa de sus padres, dos semanas intentando convencerse de que había tomado la decisión correcta al abandonar aquella farsa de matrimonio. Dos semanas fingiendo que no extrañaba a un hombre que nunca fue realmente suyo.
—Tu padre dice que la librería está teniendo un buen mes —comentó Carme