La cerradura giró y se escuchó la puerta abrirse. Emanuel entró, dejó las llaves sobre la mesita, se quitó el saco y murmuró con tono cansado:
“Hola”.
Se dejó caer junto a ella, recostando la cabeza sobre sus piernas. Grecia acarició su cabello, masajeando lentamente sus sienes.
Emanuel suspiró con alivio. Su cuerpo se relajó casi al instante.
“Estamos en finales, y en la oficina hay una locura de trabajo”. Comentó, cerrando los ojos.
Grecia sonrió levemente y siguió acariciándolo.
“Debe ser muy duro”. Ella quería hablarle de su padre. Llevaba días muy grave y necesitaba estar en el hospital, pero al ver el cansancio de Emanuel, lo guardó para sí.
Él se incorporó lentamente, quedando sentado frente a ella. La miró a los ojos con seriedad.
“Grecia, por más ocupado que esté, si algo te molesta o te pone en una situación difícil, tienes que decírmelo. Estoy aquí para ayudarte”.
Ella le sonrió con ternura y lo abrazó con fuerza. “Lo sé. Gracias”
Sus labios se encontraron en un beso len