76. TODAVÍA EN CATANIA
Vi como los ojos de Emmanuelle se abrieron con pánico al examinar los documentos. La verdad era innegable. Tragó saliva ruidosamente antes de confesar:
—Livia... Ella fue quien tuvo la idea —confesó de inmediato. — Me aseguró que no era Diletta.
Un silencio sepulcral se apoderó del lúgubre sótano. Nectáreo apretó los puños con fuerza, sintiendo cómo la rabia hervía en sus venas. Livia lo había traicionado de la peor manera. Debió sospecharlo cuando le preguntó por ella el día anterior.
Con un movimiento brusco, arrojó el cuchillo al suelo y se encaminó hacia la puerta. Antes de abandonar la estancia, se volvió hacia Emmanuelle y declaró con voz gélida:
—Has firmado tu sentencia de muerte. Pero antes, me dirás todo lo que sepas sobre el paradero de mi hermana. Cada detalle, cada nombre... O te haré desear no haber nacido.
Las palabras de Nectáreo fueron como un jarro de agua fría para el aterrorizado prisionero. Sabía que no había escapatoria posible de las garras de aquel despia