En ese momento, la mano de mi padre se cerró sobre mi brazo con una presión disuasoria.
—¡Te casarás y pondrás fin a este escándalo ahora mismo! ¡Hay demasiado en juego como para no hacerlo! —ordenó con severidad, pero los dos hombres detrás de mí me alejaron de él con un tirón. Mi madre corrió a intervenir; su voz temblaba tanto como sus manos. Trató de tomar las mías y, con voz suplicante, dijo:—Celia, por favor... cásate, hija. Piensa en nosotros, en tu familia... en ti. No tienes idea de lo que sucederá si no te casas con Roger. Luego... luego...—¡Ella dijo que no! —Intervino un hombre acercándose de forma amenazante—. Es libre para elegir a otro.—Celia, amor, por favor —me rogó Roger—. Cásate conmigo; te salvaré —repitió con desesperac