30. CONTINUACIÓN
Celeste se quedó inmóvil por un instante, procesando mis palabras. Su mirada pasó de la humillación a un destello de ambición mal disimulada. Roger, por su parte, parecía ligeramente desconcertado por el giro inesperado de los acontecimientos. Mis padres intercambiaron miradas confusas, aliviados por lo que parecía una solución pacífica a la discordia familiar.
—Entendido, Celia —dijo Celeste finalmente, levantándose con una dignidad forzada—. Haré exactamente como pides.
—Perfecto —contesté con una sonrisa—. Y no te preocupes por mí. Disfrutaré cada momento en París seleccionando el vestido más exquisito para mi boda. Además, será una buena oportunidad para reflexionar sobre... todo.
—Celia, no puedes dejar que tu hermana se encargue sola de todo el trabajo que tienes pendiente —mi padre intervino, su preocupación evidente—. Ella... ella es aún muy joven —repitió ese argumento una vez más.
—Papá, Celeste solo tiene dos años menos que yo. Me hiciste trabajar desde mis quince años y m