Mundo ficciónIniciar sesiónCELIA:
Y sin más preámbulos, comenzó a recitar una plegaria en un idioma muy extraño. Mientras tanto, dejaba caer el agua roja con olor a azufre sobre nuestras frentes. Luego, con una lentitud exasperante, el doctor Rossi la ayudó a mojar todo mi cuerpo y los signos que Giovanni le había grabado a Diletta. Para nuestra sorpresa y alivio, los símbolos casi desaparecieron por completo.
—Por ahora está bien, las brujas no podrán olerlas ni a kilómetros —sentenció la abuela, dejándose caer en la cama, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Todos nos miramos, conscientes de que esto era solo el comienzo de una guerra que amenazaba con arrastrarnos a todos. La puerta del refugio se abrió de golpe y los Garibaldi entraron riendo a carcajadas, sus risotadas resonando en las paredes como el eco de una masacre. Hablaban de sus víctimas como si fueran piezas de caza de un safari. —¡Ja, ja, ja! ¡Bravo, hijo! Creía que lo habías olvidado —bramó el






