Mundo ficciónIniciar sesiónCELIA:
La vieja agarró a Diletta por la muñeca con una fuerza sorprendente para alguien que parecía a punto de convertirse en polvo.
—Escúchame bien, joven —susurró con voz ronca—. Los de la sangre dorada, son más vulnerables de lo que creen. No es solo una bendición, es una maldición. Diletta y yo intercambiamos miradas de confusión. Ya nos habían dicho muchas cosas de nuestro tipo de sangre, esto era nuevo. —¿De qué habla, señora? —pregunté, incapaz de contenerme. La anciana nos miró con una sonrisa piadosa y luego tosió muy fuerte, el ronquido sonó como si se le estuvieran rompiendo los huesos. —La sangre dorada es un arma de doble filo, niñas. Les da el poder de salvar vidas, sí, pero también las hace susceptibles a ciertos... comandos. Palabras, sonidos, que pueden obligarlas a hacer cosas en contra de su voluntad. —Eso es una estupidez—escupió Diletta, pero la duda se reflejaba en sus ojos. —¿Por qué cree






