233. CONTINUACIÓN
ALONSO:
Las palabras de Filipo resonaron como un trueno en el silencio. Los pobladores, acobardados, asintieron con la cabeza. No eran tontos, sabían que estaban a merced de nuestra familia. Habían sido rescatados, pero ahora eran nuestra propiedad.
—Dante, dile a los hombres que vigilen a todos mientras recogen los rubíes. Y que nadie se acerque al lago o intente escapar. No quiero sorpresas; si alguien lo intenta, disparen —ordené alto y firme para que me escucharan.
Dante asintió, su rostro impasible. No era un hombre de muchas palabras, pero su mirada era lo suficientemente amenazante como para que nadie se atreviera a desobedecerlo. Miré a Filipo, su rostro duro como el acero. No era un hombre de sentimientos, pero había algo en su mirada que me hacía pensar que no estaba del todo a gusto con la situación.
—No te preocupes, Filipo. Ve a asegurarte de que carguen todo bien; yo me encargo de dirigir lo demás —dije muy serio, observando cómo respiraba aliviado.
—De acuer