ALONSO:
La tierra se estremeció bajo nuestros pies, una nube de polvo y escombros nos envolvió, cegándonos y asfixiándonos. Tosiendo, con los ojos lagrimeando, busqué a Dante. Lo encontré a mi lado, su rostro era una máscara de determinación inquebrantable. En medio del caos, divisé a mi sobrino Filipo, erguido como un general en medio de la batalla, dirigiendo a nuestros hombres con voz de acero. Un gran orgullo me inundó al verlo, el mismo que sentía mi hermano Fabrizio por su primogénito.
—¡Gerónimo, que no llegue uno de esos aquí! —bramó Filipo, señalando con un gesto brusco a una turba de hombres y mujeres pintarrajeados que descendían por la ladera de la montaña, armados y con trajes luminosos que recordaban los tatuajes de mi Celia. Luego presionó su auricular y continuó impartiendo órdenes con precisi