ALONSO:
Luigi me miró fijamente. Ese silencio suyo, pesado y penetrante, era más que suficiente para confirmar mis temores. No necesitaba decir nada. Su mirada me destrozó en mil pedazos.
—Luigi, dímelo. No juegues conmigo —exigí, con un grito ahogado que salió a la superficie. Mi cuerpo comenzó a temblar, mientras él buscaba las palabras correctas que nunca llegarían.—Hice todo lo que estuvo en mis manos, Alonso —dijo mi hermano y mis rodillas fallaron. —Ahora, como le decía a su hermano Nectáreo, todo depende de cómo responda su organismo. Yo seguiré cuidándola. Vamos, para que la veas. Todavía no ha despertado de la anestesia —explicó Luigi mientras nos guiaba a un área donde nos hicieron vestirnos con ropas estériles de color verde y nos condujo hacia la sala de recuperación. All&iacu