DANTE:
La atmósfera, antes cargada de misterios y secretos susurrados, ahora se veía impregnada por una competencia silenciosa de encantos y esplendores. Las miradas de ambas mujeres convergieron sobre mí, penetrantes y expectantes, como si me desafiaran a declarar cuál de las dos eclipsaba a la otra en belleza. Un suspiro de alivio escapó de mis labios cuando una voz masculina rompió el tenso silencio.
—¿Dante…?, ja, ja, ja —reí nerviosamente. —¿Qué haces aquí en una tienda de mujeres? Al girarme, el aliento de alivio que había experimentado se esfumó al instante. Frente a mí estaba Gerónimo Garibaldi. Le lancé una mirada rápida, tratando de comunicarle con urgencia que no estaba sólo, con la esperanza de que no arruinara mi trabajo. Captó el mensaje con sorprendente rapidez.