Evelin Rossi, una joven cansada las citas a ciegas impuestas por su padre, decide tomar las riendas de su vida y buscar una solución drástica: casarse con un desconocido. Por otro lado, Gabriel de Alessi, un empresario desesperado por salvar la empresa familiar, se ve obligado a contraer matrimonio para poder heredar. Ambos se ven envueltos en una trama llena de misterios y secretos cuando descubren que sus vidas están entrelazadas con la familia de la mafia italiana Los Garibaldi, amigos cercanos del padre de Evelin. A medida que luchan por mantener su farsa matrimonial y enfrentan peligrosas situaciones, Evelin y Gabriel se verán obligados a confiar y apoyarse mutuamente. La novela destaca por la lealtad entre las familias y amistades, quienes están dispuestos a protegerse y amarse incondicionalmente. A medida que se adentran en un mundo lleno de acción y romance, Evelin y Gabriel descubren que su matrimonio de conveniencia puede convertirse en algo más profundo y verdadero. En "Mi desconocido esposo", los protagonistas deberán enfrentar sus propios demonios y superar los obstáculos que se interponen en su camino hacia la felicidad. Con giros inesperados, intrigas y una pasión arrolladora, esta historia de amor y misterio mantendrá a los lectores cautivados hasta el último capítulo.
Leer másNo había manera de escapar, por mucho que traté de que papá no se diera cuenta de que estaba en mi habitación, me descubrió y ya inició con su cantaleta de siempre.
— ¡Papá, no necesito que me busques un novio! — exclamé, tratando de expresar mi frustración.
Su mirada paternal me demostró su preocupación mientras respondía muy serio como siempre que hablaba de lo mismo.
— Eve, no quiero que te pase igual que a mí. Que pasé casi toda mi vida solo — dijo con un deje de tristeza que me llamó la atención.
Me quedé mirándolo fijo sin comprender lo que quería decir con aquello, su matrimonio era un misterio para mí. Suspiré sabiendo que tenía buenas intenciones, pero también me incomodaba la insistencia de buscar un novio para mí.
— Papá, te casaste con mi madre — mencioné, esperando entender su perspectiva.
— Si le puedes llamar a eso estar casados — dijo, con una mezcla de tristeza y nostalgia en su tono. Sus palabras me intrigaron y no pude evitar preguntar:
— ¿Qué quieres decir con eso? — Antes de responder, su expresión se volvió más sombría.
— No me hagas caso, Eve. Pero te voy a poner citas a ciegas. Tienes que ir.
Suspiré profundamente, sabía que no sería fácil convencerlo de que no era necesario y que las citas a ciegas no eran la solución.
— ¡Papá, no hagas eso! ¡Sabes cómo terminan siempre esas citas! — intenté disuadirlo. A pesar de mis súplicas, su determinación no se desvaneció.
— No importa hija, no vas a convencerme. — Sentí la necesidad de defenderme ante sus comentarios:
— ¡A nadie le gustan las gordas, papá! — Su respuesta inmediata fue reconfortante: — Tú no eres gorda, eres una chica saludable.
Aunque sus palabras me dieron alivio, decidí probar una estrategia para evitar las citas a ciegas:
— Está bien papá, te lo diré. — Dije con tono serio, curioso por mi confesión, preguntó:
— ¿Qué cosa? — Entonces, reuní valor para mentirle.
— Tengo novio, por eso no quiero hacerlo. — La sorpresa se reflejó en su rostro mientras indagaba desconfiado:
— ¿Tienes novio? — preguntó con incredulidad. Asentí con firmeza, esperando que me creyera:
— Sí. — Sin embargo, su escepticismo prevaleció:
— ¿Crees que me lo voy a creer? Tráemelo y lo creeré. Quiero verlo, con mis propios ojos.
Acepté su desafío, sintiendo la presión de tener que presentar a un novio que no tenía idea de dónde lo iba a sacar, por eso le dije:
— Está bien, en una semana. No puede venir antes de eso — aseguré — está en el extranjero.
— ¿Una semana? — preguntó sin dejar de mirarme desconfiado aunque cedió ante mi firme mirada. — Muy bien, esperaré una semana para conocer a tu novio — Aunque accedió a esperar, advirtió: — Pero si me estás mintiendo, te irás a la cita con el hijo de los Belmont. Mis ojos se abrieron con temor ante esa perspectiva, odiaba a ese petulante chico.
— ¡No, papá! ¡No me hagas eso! — Traté de convencerlo asustada, lo cual hizo que me observara más desconfiado ante mi reacción.
— ¿Por qué te asustas, si me acabas de decir que tienes novio? — preguntó muy serio sin dejar de mirarme interrogativamente y agregó. — ¿O me estás mintiendo?
— No papá, no te miento. Tengo novio — Negué con vehemencia, pero sin mirarlo a los ojos o me descubriría.
— Muy bien. Una semana, tienes una semana para presentármelo. — Finalmente, pareció creerme.
Y así, se marchó de mi habitación, dejándome en un tremendo lío emocional. Pensé frenéticamente: ¿De dónde voy a sacar un novio en una semana y del extranjero?
La tarea parecía casi imposible, pero sabía que debía encontrar una solución para demostrarle a mi padre que mi relación era auténtica y evitar la incómoda cita con el hijo de los Belmont.
Esta semana sería un desafío en el que tendría que mostrar mi valía y confiar en que encontraría la manera de presentar un novio, alguien que lo convenciera de que realmente significaba mucho para mí. ¿Lo lograré? Para ser honesta, no lo creo, pero haré mi mayor esfuerzo.
Luego de esa conversación con mi padre, en la que le mentí asegurando que tenía un novio inexistente, aquí estoy, sentada en este banco solitario de mi parque favorito, pensando qué hacer. Miro el mar, un barco entrando en el puerto y las gaviotas revoloteando encima de él.
Cómo me gustaría ser una de ellas, y marcharme lejos, solo por un tiempo. Hasta que se le pase la obsesión a mi padre de buscarme novio. Hace rato que no le entraba, pero no sé qué pasó que regresó ayer de esa reunión con esa idea. ¿Quién va a querer casarse con una chica como yo?
Cómo me describiría. Soy una chica de veinticinco años. Pues no soy muy alta, no soy delgada, digamos que soy rellenita. Mi cuerpo está bien formado, bueno al menos eso pienso yo cuando me miro en el espejo sin ropa. Pues con ellas, no hay quien logre verlo.
Sí, me cubro con mucha ropa, bien amplia. Por lo menos tres tallas mayor que la mía. Me gustan las largas faldas con muchos vuelos que me dan esa sensación de libertad. Y es que, en la prepa, tuve una muy mala experiencia con un chico. Desde entonces, mi autoestima bajó hasta el piso y no he podido volverla a levantar.
Me siento la más fea de todas las mujeres, gorda, falta de gracia a la cual encuentran despreciable el sexo opuesto. Huyo de los chicos como si tuviera la peste. Me encanta ayudar a todos. Por eso, me dedico como voluntaria en cuanto refugio encuentro. Pero nunca he tenido una relación después de lo que me pasó, con ningún otro chico. Me aterra la idea.
Retrospectiva.
Cursamos el último año de la preparatoria, y ya era una jovencita que había desarrollado algo. Aunque he de confesar que no era una belleza, y es que a falta de mamá y viviendo con papá que solo me compraba las ropas que le pedía, y que eran por lo general cómodas y no muy caras. Digamos que era una chica sin mucha gracia, pero que caía bien o eso creía yo.
Desde que habíamos venido a esta ciudad, me hice amiga de Miranda, una chica muy hermosa que vivía en mi misma calle, y que estudiamos en la misma clase. Siempre andábamos juntas y por eso la quería mucho. Todos los chicos de la escuela andaban detrás de ella por lo hermosa que era.
Para mi sorpresa y regocijo, yo tenía mi primer novio y estaba de lo más emocionada, pues se trataba del chico más popular de la escuela y que un buen día le dio por enamorarme, y más porque Miranda me embulló a que lo aceptara, y por la curiosidad de saber qué se sentía al tener un novio, lo acepté.
— Evelin cariño, toma mi mochila y nos vemos en la biblioteca amor — me dice Rusell, mi novio. Era hermoso, rubio y bien formado de ojos verdes. Hace un mes que estamos saliendo. Todavía no sé por qué se fijó en mí, la verdad.
En esa época yo usaba aparatos en mis dientes, espejuelos y no me gustaba peinarme. Tampoco vestía a la moda, ni era del grupo élite. Por lo que me intrigaba que se hubiera fijado en mí. No les voy a negar que la envidia de las demás chicas me gustaba un poco, sobre todo de Miranda, que tampoco entendía por qué Russell se fijaba en mí.
— Si cariño, pero no demores —respondí sonriente. — Siempre termino haciendo los trabajos yo sola.
— No seas así, Evelin. Soy el jefe de la escuela y tengo muchas responsabilidades. Adelántate, que ya te alcanzo —respondió con suavidad mientras pasaba la mano por mi cabeza, y yo... bueno, me convencía.
— Está bien. Te espero allá, no demores.
Dije tomando su pesada mochila y dirigiendo mis pasos a la biblioteca. Cuando estoy por llegar, me doy cuenta de que olvidé mi mochila detrás del banco en el que estaba sentada. Dejo la mochila de Rusell marcando una mesa y le pido a un chico que por favor me la cuide. Asiente. Yo salgo rauda a buscar la mía.
Al llegar, la busco por todas partes, pero no la veo. Estoy por marcharme cuando la diviso caída detrás muy abajo en la zanja. Bajo con cuidado de no caerme y al fin la alcanzo. Voy a comenzar a subir cuando escucho una pareja que se sienta en el banco.
Las voces me son conocidas. Eran mi novio Rusell y Miranda, mi mejor amiga. Iba a avisar que estaba allí, pero lo que conversaban me llamó la atención, por lo que me quedé escondida escuchando.
— No te entiendo, Rusell. ¿Qué haces saliendo con la fea de Eve? —preguntó molesta Miranda.
— Por interés, Miranda. Igual que tú —contestó enseguida Rusell sin que yo comprendiera. ¿Qué interés podría tener en mí?
— Yo no ando con ella por interés —rehusó Miranda y eso me gustó.
— Vamos, Miranda. ¿No crees que no me he dado cuenta de que la utilizas? —insistió Rusell.
— ¿Por qué dices eso? —protestó ella y yo estaba feliz de que en verdad era mi amiga. —Somos amigas desde el último año de primaria.
— Sí, porque te convenía ser su amiga, así todos te ven a ti hermosa y a ella fea —le refutó Rusell y me llenó de dudas. ¿Sería verdad?
No niego que no me había dado cuenta de que a Miranda le encantaba que la elogiaran a ella y me dijeran cosas feas a mí. Pero siempre salió a defenderme. ¿O era todo un teatro?
Mientras escuchaba la conversación entre Rusell y Miranda, un torbellino de emociones y pensamientos llenó mi mente. El corazón me latía con fuerza, sintiendo una mezcla de incredulidad, tristeza y traición. No podía creer lo que estaba escuchando.
La confianza que había depositado en Miranda como mi mejor amiga se desvanecía en ese momento. Sentí una profunda decepción al darme cuenta de que había estado jugando un papel, utilizando nuestra amistad para destacarse y recibir halagos a costa de mi apariencia.
Por otro lado, las palabras de Rusell resonaban en mi cabeza. ¿Realmente me veía como alguien fea y sin valor? ¿Había estado conmigo solo por algún tipo de interés? Sentí una punzada de dolor en el pecho al pensar que tal vez nunca había sido amada genuinamente por él.
En ese momento, me sentí vulnerable y expuesta. Me pregunté si todos los demás también pensaban lo mismo de mí, si me veían como alguien sin gracia y poco atractiva. Las inseguridades iniciaron a aflorar con fuerza haciendo que mis ojos se llenaran de lágrimas. ¿En verdad sería tan fea?.
Salieron entusiasmadas y se dirigieron al lugar donde Gabriel, escondido junto a Oli y Darío —quien grabaría el video— las esperaba. Al llegar y sentarse en el banco, Elvira se levantó como si fuera a comprar algo a un señor cercano. Era el momento que Gaby esperaba; avanzó rápidamente y se puso de rodillas frente a Evelin, quien lo miró sorprendida.— ¿Gaby...?—Eve, apareciste en mi vida y me completaste. Todo cobró sentido: el brillo de tus ojos, tu olor, tu calor hicieron palpitar mi corazón. Yo nací para vivir y morir a tu lado, Eve. Y aún después de muerto, mi alma estará fundida con la tuya por toda la eternidad. Estar a tu lado, escuchar tu voz, tu risa alegre es lo único que deseo en esta vida y en todas las demás. Evelin Rossi, ¿me harías el honor de ser mi esposa? —Y le extiende un impresionante anillo de compromiso. Evelin se queda mirándolo, realmente impresionada. Su corazón late acelerado. Ha pasado tiempo desde que lo viera allí, arrodillado, suplicándole que se casar
El tiempo, siempre elusivo y veloz, ha tejido su curso con una delicadeza que apenas han podido percibir. Las jóvenes madres, con sus bebés aún en brazos, han emprendido el viaje hacia la vibrante ciudad de Nueva York, donde se celebrará la unión de Oliver y Dario. En la serenidad del jardín, el doctor Rossi, sentado al lado de su amada esposa Elvira, contempla con ojos llenos de amor a las parejas que juegan con sus hijos sobre el verde manto.Evelin, madre de dos varones robustos. Aunque Gabriel quería que fueran niñas, está feliz con ellos. Incluso a pesar de que los malestares del embarazo fueron más intensos que con Bianca, él sueña con la risa de otra futura niña entre sus brazos. María Isabel, por su parte, ha traído al mundo una niña que se ha convertido en la joya de Filipo. Él ya trama planes para protegerla de futuros pretendientes, aunque su corazón está abierto a la idea de darle hermanos a la pequeña princesa de la casa, con María Isabel compartiendo su entusiasmo y Pi
Gerónimo, sentado en una mesa cerca de la pista, observa cómo todos se alejan. A pesar de haber bebido, no está borracho. Se dirige hacia el bar y, sin querer, choca con una chica que, mirando hacia atrás, se disculpa.—Perdón, perdón —dice ella.—No es nada, también es mi culpa —responde él y trata de continuar su camino, pero ella lo atrapa por un brazo.—Te vi dirigiendo el espectáculo junto con Oliver. ¿Podrías ayudarme con algo, por favor? —le pide angustiada.Gerónimo la observa: es muy hermosa, con ojos verdes y claros, rubia con el pelo largo y rizado, labios rojos y voluptuosos. Su mirada baja hasta los redondos pechos que asoman sensualmente por el escote. Tiene una pequeña cintura que da paso a unas caderas bien formadas. "Es una preciosura", piensa Gerónimo. Sin embargo, sacude la cabeza y le pregunta:—¿En qué puedo ayudarla, señorita? —muy serio, proponiéndose no complicarse la existencia esa noche aunque se la están poniendo difícil. Ella lo mira nerviosa y sin soltar
Mientras tanto, al despertarse, Maximiliano el Greco se encuentra solo, en bóxer, atado de pies y manos y acostado en una cama, con la boca tapada. A su lado, duerme una chica. Le parece estar soñando. ¡Es Fiorella! Sin embargo, la sensación de estar atado no le agrada en absoluto y comienza a forcejear para intentar soltarse, cuando oye una voz.—¡Deja de forcejear, gatito, y déjame dormir! —lo regaña ella—. ¡Acabo de llegar de la boda de mis primas! Esa voz no es la de Fiorella, se da cuenta Maximiliano y recuerda la voz de la chica llamada Coral, aquella que salvó a Fiorella. "Vaya, son idénticas", se dice a sí mismo, recordando haberla visto de niña. Pero no entiende qué quiere ella de él ahora que es adulta. Tras escucharla dormir, sentir cómo se le tiraba encima, lo abrazaba y lo baboseaba, ella abre sus hermosos ojos verdes, idénticos a los de Fiorella.—¿Te gusta lo que ves, gatito? Porque a mí sí me gusta lo que veo —dice mientras le acaricia por encima del bóxer—. Creo que
Todos los chicos están sentados, mirando a sus lindas esposas bailando felices en el centro de la pista. Ellos les habían dicho que irían a buscar las bebidas.—Bueno, en realidad no sabemos si están embarazadas —dice Salvador mirando a Asiri.—Yo sí estoy seguro —afirma Gabriel—. Ya me molestan todos los olores de la casa.—Y yo también creo que María Isabel lo está; solo quiere comer sandías a todas horas —agrega Filipo.—Yo no he notado nada raro en Fiore —comenta Salvatore, algo desanimado. Pero Filipo le señala que su hermana se la pasa comiendo hielo últimamente, algo que ella jamás había hecho.—¡Eso es verdad! ¡Hasta en las noches me manda a buscar hielo! ¡Tienes razón, Filippo! —exclama Salvatore, que ahora mira a su hermosa esposa emocionado y feliz—. ¡Fiore está embarazada! ¿Cómo no me di cuenta?Salvador se ríe y le da una palmada a su hermano, burlándose de que está estudiando medicina y no se dio cuenta.—Eso solo confirma mi teoría: eres un tonto, hermano —se burla Sal
Una corriente de desconcierto se propaga entre las chicas. Sus miradas se entrelazan, cargadas de preguntas no formuladas, especialmente Evelin. Su mente recorre los incontables desfiles de moda en los que ha participado, todos organizados por su mejor amigo Oliver. Siempre había una boda ficticia, un escenario perfectamente armado pero carente de autenticidad legal. Nunca antes un sacerdote había estado presente, y menos uno que le resultaba vagamente familiar. —Sí, padre, venimos libremente —responden los chicos y les hacen señas a sus chicas para que lo digan también. Ellas, confundidas, pero asintiendo, repiten la afirmación. Evelin vuelve su atención hacia Oli. Él, con una expresión entre el desconcierto y la complicidad, alza los hombros, restándole importancia al formalismo del momento. Con un gesto sutil, le sugiere que siga el juego y responda a todo.—¡Chicas, respondan a todo lo que les pregunten junto con los chicos! —les susurra Oli por lo bajo. Evelin, aún con sospec
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