268. EPÍLOGO.

El tiempo, siempre elusivo y veloz, ha tejido su curso con una delicadeza que apenas han podido percibir. Las jóvenes madres, con sus bebés aún en brazos, han emprendido el viaje hacia la vibrante ciudad de Nueva York, donde se celebrará la unión de Oliver y Dario. En la serenidad del jardín, el doctor Rossi, sentado al lado de su amada esposa Elvira, contempla con ojos llenos de amor a las parejas que juegan con sus hijos sobre el verde manto.

Evelin, madre de dos varones robustos. Aunque Gabriel quería que fueran niñas, está feliz con ellos. Incluso a pesar de que los malestares del embarazo fueron más intensos que con Bianca, él sueña con la risa de otra futura niña entre sus brazos.

María Isabel, por su parte, ha traído al mundo una niña que se ha convertido en la joya de Filipo. Él ya trama planes para protegerla de futuros pretendientes, aunque su corazón está abierto a la idea de darle hermanos a la pequeña princesa de la casa, con María Isabel compartiendo su entusiasmo y Pi
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