La luz de mi laptop iluminaba mi rostro en la penumbra del despacho de Nathaniel. Eran las tres de la madrugada y él dormía profundamente en nuestra habitación. Me había escabullido después de dar vueltas durante horas, atormentada por una conversación que había escuchado accidentalmente esa tarde entre Nathaniel y un hombre que nunca había visto antes.
"El pasado siempre vuelve, Blackwell. Sabes que no puedes enterrarlo para siempre", había dicho aquel hombre de traje impecable y mirada penetrante.
La respuesta de Nathaniel me heló la sangre: "Pagaré lo que sea necesario para que nadie lo descubra. Especialmente Sophie".
Ahora, con los dedos temblorosos sobre el teclado, buscaba cualquier indicio que pudiera revelarme qué ocultaba mi esposo. Nuestro matrimonio había comenzado como un contrato, pero en algún punto entre nuestras discusiones acaloradas y las noches de pasión, me había enamorado perdidamente de él. Y ese amor me daba el valor —o quizás la insensatez— de querer conocer to