El espejo me devolvía una imagen que ya no reconocía. Mis ojos, antes seguros y determinados, ahora parecían dos pozos de confusión. Pasé los dedos por mi cuello, descendiendo hasta la clavícula, sintiendo cada centímetro de mi piel como un campo de batalla donde libraban guerra mi razón y mis deseos.
—Contrólate, Sophie —me susurré, apoyando las manos en el lavabo del baño de mi oficina.
Había pasado una semana desde aquel beso en el ascensor. Siete días exactos en los que había intentado evitar a Nathaniel en cada esquina de la empresa, en cada reunión, en cada mensaje. Pero era imposible. Él estaba en todas partes: en los documentos que firmaba, en las conversaciones de pasillo, en el aroma que quedaba flotando en las salas de juntas después de que él se marchaba.
Mi cuerpo lo recordaba. Mi piel lo anhelaba. Y mi mente... mi mente libraba una batalla perdida.
Salí del baño con la determinación de una condenada. Tenía una reunión con el departamento legal en diez minutos y sabía que