Capítulo 90. La dueña del escenario.
Maximiliano Delacroix
José Luciano se volvió hacia mí, la sonrisa tensa y la voz empapada de una falsa cortesía que a todos engañaba menos a mí.
—Vamos, Maximiliano. Espero que sepas disculpar la estupidez de Adrián —dijo, como si con esa frase pudiera borrar el espectáculo de hace un minuto, como si pretendiera congraciarse conmigo delante de sus invitados.
Por dentro herví. La bilis me subió a la garganta como un incendio, pidiéndome que lo pusiera en su sitio allí mismo.
Pero la mano de Amy, pequeña y temblorosa, seguía enlazada con la mía. Su calor, frágil y firme a la vez, me recordó que no estaba solo, que mi rabia también podía herirla.
Tragué la réplica que me quemaba la lengua. Respiré hondo, forzando un tono tranquilo.
—Vamos —murmuré solo para que Amy me oyera.
La rodeé con el brazo, no solo para protegerla, sino también para dejar claro ante todos que ella era mi lugar, mi lealtad, mi frontera.
Cada paso que dimos hacia el salón fue un ejercicio de contención. Podía senti