UN BRINDIS POR ELLA

Cuando por fin terminó la sesión, Margaret sintió que podía descansar. Pero no fue así, mientras terminaba sus informes. Ethan irrumpió en su oficina.

—Veo que usted es muy comprometida con su trabajo. Qué bueno saberlo, he sabido por algunos chicos, que en el pasado fueron abandonados por aquellos en quienes creyeron.

—Es una lástima, que existan personas así. Pero yo soy diferente, bien dice mi padre, que conmigo rompieron el molde. ¿Qué haces aquí, puedo ayudarte en algo?

—Estoy aquí, porque quiero saber, ¿si puedo mostrarle algo? —preguntó, su voz más baja de lo habitual.

Margaret asintió, intrigada. Ethan abrió el cuaderno, revelando un boceto a lápiz: un girasol, detallado y vivo, con un fondo de sombras que parecían susurrar una historia oculta.

—¿Lo dibujaste tú? —preguntó, sorprendida por la profundidad del trazo.

—Es solo… lo hice anoche porque no podía dormir —admitió él, rascándose la nuca, nervioso—. Quería que lo viera. No sé por qué, pero pensé que le gustaría.

Margaret sintió un nudo en el pecho. Ese dibujo no era solo un girasol; era un reflejo de algo que Ethan no se atrevía a decir con palabras.

—Ethan, esto es increíble —dijo, su voz suave pero firme—. Tienes un talento que no deberías esconder. Si alguna vez quieres compartir más, no solo dibujos, sino lo que llevas dentro… aquí estaré.

Por un instante, sus miradas se encontraron, y el aire entre ellos se cargó de una tensión que ninguno quiso nombrar. Ethan asintió, guardó el cuaderno y se marchó, dejando a Margaret con una certeza inquietante: algo en él estaba a punto de desbordarse, y ella, quisiera o no, estaba destinada a ser parte de esa tormenta.

***

Dos años después.

El tiempo había jugado sus cartas como solo él sabía hacerlo. Ethan ya no era aquel muchacho rebelde que cometía estupideces para llamar la atención. Ahora se mostraba como un hombre centrado, disciplinado y decidido.

Margaret, por su parte, continuaba fiel a sus principios: ser la mejor profesional, sin permitir que nada ni nadie interfiriera en su camino.

—¡Qué maravillosa mañana! —exclamó al levantarse. Sus ojos se detuvieron en el calendario que colgaba en la pared, y una punzada de nostalgia se filtró en su pecho—. Gracias por un año más… hoy será un gran día. —Se miró en el espejo del baño y murmuró con firmeza—: Lo has hecho bien, Margaret. No ha sido fácil, pero te mereces todo lo grandioso que la vida tenga preparado. Ve por más.

Su día transcurrió entre pequeños placeres: una llamada de sus padres que lamentaban no estar a su lado, un desayuno exquisito en de los restaurantes más exquisitos de Santa Mónica, una relajante sesión de spa, un paso por la peluquería y, finalmente, la compra de un elegante traje nuevo.

Mientras Margaret disfrutaba de consentirse a sí misma, en el centro de rehabilitación se organizaba una celebración en su honor.

—Vaya, Ethan —dijo Marcus con tono burlón, aunque en su mirada brillaba la sorpresa—. Jamás pensé que dejarías de ser aquel desobligado para convertirte en un estudiante aplicado y responsable. Aunque sospecho que tus intenciones no son del todo inocentes.

Ethan sonrió con calma.

—Mi querido amigo, ella se merece esto y más. Todo lo que soy hoy se lo debo a ella. No lo negaré, al principio quise hacerle la vida imposible… pero terminó cambiando mi mundo.

Ethan estaba decidido: Margaret era la dueña de su corazón. Rosaura ya no existía en su memoria. Lo único que anhelaba era que Margaret se aferrara a él con la misma intensidad con la que él se había aferrado a ella. Y, como en un juego de ajedrez, se disponía a dar inicio a su partida.

—Eso es cierto —asintió Marcus, observando a su amigo con cierto orgullo—. Dejaste el alcohol, no volviste a meterte en problemas, cortaste con las fiestas, eres padrino del centro y hasta buscas opciones universitarias. Si me lo dicen, no lo creo: esa mujer hizo un milagro.

—Ella evitó que mis demonios me devoraran —respondió Ethan con voz grave—. Ahora vamos, no tardará en llegar.

—Ya entendí —rio Marcus, alzando las manos en rendición—. Estás perdidamente enamorado. Supongo que no me queda más que aceptar ser parte de esta cursilería.

—Deja de quejarte. Tendrás tu recompensa: la mansión será tuya para organizar tu fiesta.

—¡Yes! —exclamó Marcus, emocionado—. Prometo que no haré estragos.

Ethan arqueó una ceja.

—Lo dudo, pero está bien. Ahora concentremos en lo que importa.

Mientras los preparativos se afinaban, Margaret saludaba al vigilante al entrar al edificio.

—Buenos días, Robert. ¿Cómo amaneces? ¿Y tu familia, qué tal?

—¡Señorita Margaret! Qué gusto saludarla. Luce radiante.

—Bueno, treinta y tres años no se cumplen todos los días —respondió ella con una sonrisa juguetona.

— ¿Hoy es su cumpleaños? Discúlpeme, no lo sabía.

—No te preocupes, casi nadie lo sabe.

Robert improvisó, tarareando con entusiasmo:

—Happy birthday to you, happy birthday to you, happy birthday, Margaret, happy birthday to you. Que su día esté lleno de amor.

Ella soltó una risa ligera.

—Fuiste muy tierno, Robert. Estos detalles son los que más valoro.

Conmovida, se despidió y entró a su oficina. Apenas abrió la puerta, un estallido de voces y aplausos la envolvió:

—¡Sorpresa!

Margaret se quedó sin palabras.

En medio de globos, flores y una enorme mesa con pasteles y bocadillos, los rostros de sus compañeros irradiaban alegría. Pero entre todos, había una mirada que la quemaba en silencio: la de Ethan.

Él no se apartaba de ella ni un instante, como si cada gesto, cada sonrisa y cada movimiento fueran piezas de un rompecabezas que solo él sabía armar.

Margaret sintió un leve estremecimiento. Podía percibir aquella intensidad, esa fuerza oscura que latía en los ojos de Ethan. Sonrió para disimular, agradeciendo a todos con gratitud sincera, aunque en el fondo se preguntaba hasta qué punto ese “nuevo Ethan” había cambiado realmente.

Cuando el bullicio se calmó, Ethan se acercó con una copa en mano y una determinación que le endurecía las facciones.

—Brindemos —dijo, alzando la copa con voz segura, sin apartar su mirada de ella—. Por la mujer que me salvó la vida, la que me devolvió la fe y que merece mucho más de lo que el mundo puede darle.

Los presentes aplaudieron, enternecidos. Margaret, en cambio, sintió un nudo en la garganta. Ese discurso, pronunciado con tal intensidad, parecía destinado solo a ella… y algo en su interior le advertía que Ethan no se detendría hasta reclamar lo que creía suyo.

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