Mariana está sorprendida, la determinación de Damián la congela. No esperaba su visita, que la enfrentara de esa manera y menos que la despidiera.
—No… puedes despedirme.
—¡Quiero y puedo, Mariana! —le grita con dureza y luego la señala— ¡No te me vuelvas a acercar!
—¡No me hagas esto, Damián! No puedes echarme porque sí. Yo he sido buena empleada, yo… he sido tu sombra, mucho más que el estúpido de Miguel. Estoy segura de que es él quien tiene que ver en todo esto, yo no —dijo al borde de llorar—. El que ama no lastima, Damián, yo jamás te traicionaría así, mira —respira profundamente, pero él la interrumpe.
—No necesito más de tus excusas baratas —se acerca a la puerta para irse.
—¡No te vayas, escúchame por favor! Miguel te tiene envidia, Damián, es él. Me quiere alejar de ti porque sabe que yo jamás te haría daño y que estoy dispuesta a cualquier cosa por ti, es él. ¡¿Cómo puedes ser tan ciego?!
—¿Cómo puedes meter a Miguel en esto? ¿Hasta dónde eres capaz de llegar con tal de lava