—¿Estás seguro de tu decisión, Damián? —Mariana se sienta con normalidad; el rompimiento de la relación fue como un balde de agua fría.
—He sido claro. Hablemos de la agenda, necesito organizar mi horario.
—Espera —ella hace una pausa—. No puedes romper lo que hemos sido por años sin una explicación.
—Aquí la única explicación, Mariana, es que estoy casado, y todo el mundo ya lo sabe. No quiero más insinuaciones de tu padre ni malos entendidos. ¿Serás mi secretaria o tendré que despedirte? —Mariana tensa su mandíbula por el estrés, hasta el punto de que sus dientes empezaron a doler, por lo que sonríe ampliamente, una falsa y cínica sonrisa.
—Estoy clara —dijo con firmeza sin dejar de sonreír—, pero antes de que entremos en algo laboral, quiero decirte unas cosas, Damián. Siempre estaré con los brazos abiertos esperando por ti, y puedes contar conmigo para lo que sea, hasta para tus más crueles tormentos, porque yo soy la única mujer que te comprende. Ahora volviendo a lo laboral, jefe