—No. —Damián dio un paso al frente, la calma en su voz más aterradora que cualquier grito—. Lo que está en juego no es la empresa ni nuestro apellido. Es la vida de Alice. Es la verdad. Y sí, Padre, te equivocaste. Piensas que esto es un circo de relaciones públicas cuando en realidad es una trampa mortal de Thomas. Él no es una víctima, es un criminal que se ha encargado de lastimar a Alice y a mí. Está obsesionado con ella y por eso todo lo que ha pasado.
El señor Anderson se rió, un sonido seco y sin humor.
—¡Excusas baratas! ¿Un criminal? ¿Y tú, Damián? ¿Tus manos llenas de sangre y tus puños en el rostro de un hombre? El mundo ve un monstruo descontrolado. Y yo veo a un hijo que ha arrastrado nuestro nombre por el fango.
—¡Yo no arrastré nada! ¡Él lo hizo primero! —espetó Damián, perdiendo por un instante el control—. ¿Acaso no te importa que tu nuera casi muere, que Thomas le inyectó una droga? ¡Él está usando a la policía y a la prensa! ¿No lo ves? ¡Me está preparando para la