Damián se acerca a ella, sus ojos fijos en los de Alice, una mezcla de deseo y conflicto en su mirada. La tensión en la habitación era palpable, casi asfixiante. Él extiende una mano y le acaricia la mejilla, un gesto tierno que contrasta con la intensidad de sus ojos.
—Alice —su voz es un susurro ronco—, no es que no te desee. Es que... las cosas son complicadas ahora. No quiero que pienses que solo te quiero por eso y sabes cómo soy en la cama, quiero cuidar de los bebés.
—Pero eso no afecta, Damián —lo mira suplicante, luego mira sus labios, está deseosa de que él la toque y la bese.
—Me quedaré aquí hasta que comas y luego me iré a dormir a otra habitación.
—¿Qué...? No, no tienes por qué irte, es tu habitación, podemos dormir juntos.
—Te recuerdo que ya no somos esposos, Alice, ya estamos divorciados —retira su mano y ella se pone cabizbaja. Damián se sienta en el orillo de la cama, manteniendo la distancia—. Come, por favor, para poderme ir tranquilo —dijo y ella asiente.
Su plan