Alessandro no dijo nada de inmediato. No era un hombre dado a los gestos amables, y mucho menos a consolar. Su vida había sido una sucesión de decisiones frías y necesarias, pero había algo en esa mujer entre sus brazos, algo que rompía cada regla no escrita que había seguido hasta ahora.
La sostuvo unos segundos más, sabiendo que, aunque no lo pidiera, Ellis necesitaba ese momento. Y también, porque en el fondo, él mismo lo necesitaba.
Finalmente, cuando ella se separó apenas lo suficiente para mirarlo, Alessandro deslizó su mano hacia su rostro. El pulgar rozó su mejilla con una suavidad insólita, limpiando una lágrima que Ellis ni siquiera había notado que había caído.
—Esto no ha terminado —dijo con una gravedad tranquila—. De hecho… apenas empieza.
La crudeza de sus palabras no era para herirla, sino para recordarle quiénes eran. Y lo que venía.
Ellis asintió. El temblor de su cuerpo había disminuido, reemplazado ahora por una dureza nueva en su mirada. Alessandro la había sacado