Sheila y Quillan se escabulleron dentro de mi dormitorio mientras Mael y Milo todavía se demoraban en el comedor, de modo que la cama estaba bastante atestada cuando al fin dieron por terminada la velada y Mael llegó con serias intenciones de acostarse y dormir.
Tras una combinación de diplomacia y autoridad, logramos que los niños regresaran a sus camitas, donde permanecieron hasta la mañana siguiente por primera vez, protestando porque permitiríamos que Malec durmiera con nosotros.
—Porque es más pequeño —le dije a Quillan, arropándolo y besándole la frente—. Aunque si sigue creciendo así, pronto nos dejará sin lugar.
Quillan rió por lo bajo, los ojitos ya cerrados, y se acurrucó bajo las mantas para seguir durmiendo.
—Te quiero, mamá.
—Y yo a ti, mi niño. Con todo mi corazón. Que Dios te bendiga.