Mientras Mendel y sus hijos se dirigían al oeste, Brenan y sus hermanos habían decidido volver a explorar la base del precipicio por donde yo había caído, y que rodeaba el promontorio en el que se levantaba el castillo. Había estado lloviendo y tenían la esperanza de que la nieve del fondo del acantilado se hubiera lavado, dejando a la vista algún rastro o señal de Risa.
No habían hallado nada, aunque sí habían descubierto una grieta, porque era demasiado estrecha para llamarla cañón, que se alejaba hacia al oeste. Brenan se empeñó en seguirla, y pronto comenzó a encontrar pequeños roedores muertos a lo largo del camino. Todos tenían el cuello roto y parecía que un animal no más grande que un zorro les había abierto la panza, arrancándoles unos mordiscos de carne para abandonarlos a medio comer. Le llevó varios días alcanzar la salida, en un campo a los pies de una colina, y se dio cuenta que había cruzado casi medio reino hacia el oeste.
—Lo encontramos esa noche, muy tranquilo cenán