—¿Recuerdas cuando bromeábamos sobre huir al Atalaya?
—¿Antes de casarnos, cuando ignorábamos si tu familia me aceptaría?
—Sí.
Seguí cepillando su lomo, esperando que continuara, pero permaneció en silencio por un largo momento.
—Era algo que tenía en mente desde que me imprimé contigo —continuó luego—. Me refiero a la posibilidad de tener que dejar la manada para que pudiéramos estar juntos. —Rió por lo bajo, brevemente—. Buscaría un lugar donde nadie viniera a molestarnos, te construiría una casa bonita y confortable, y allí pasaríamos el resto de nuestras vidas, olvidados de todo.
Se tensó con un gruñido de gusto cuando me detuve a rascarlo con mis dedos para soltar uno de los últimos parches de grasa que me faltaba quitarle.
—Y de pronto te result