—¡Ma!
La vocecita de Malec me despertó sobresaltada. Antes que pudiera levantarme, Mael ya había saltado de la cama y se envolvía en su bata, dirigiéndose al dormitorio de los niños. No tardó en regresar con mi hijo en brazos, aferrado a su cuello y al parecer agitado.
—Debe haber tenido un mal sueño —comentó tendiéndomelo.
Lo acomodamos entre nosotros y se apretó contra mí con un suspiro entrecortado, el rastro de una lágrima en su mejilla. Lo abracé y besé su cabecita, alzando la vista hacia Mael, que permanecía de pie junto a la cama, mirando en dirección a la puerta.
De pronto me guiñó un ojo y se adelantó de puntillas a abrir la puerta de par en par de improviso. Tuve que contener la risa cuando Sheila y Quillan retrocedieron asustados. Mael se llevó las manos a las caderas, pero su pose intimidante quedó menoscabada cuando Sheila se apresuró a abrazarse a su pierna. Quillan aprovechó la distracción para pasar corriendo junto a ellos y saltar a la ca