Fue una suerte que todos durmiéramos una siesta, porque esa noche los niños se negaron rotundamente a dormir sin nosotros, así que acabamos todos amontonados en la cama como por la mañana. No fue la noche más cómoda de mi vida, pero sí fue una de las más reconfortantes.
A la mañana siguiente desperté temprano, y me las ingenié para levantarme sin despertar a Mael ni a los niños, que se acomodaron a su alrededor instintivamente. Arropé a todos, me eché encima mi bata y me dirigí a la sala a alimentar el fuego.
En eso estaba cuando la puerta del frente se entreabrió y Enyd asomó la cabeza antes de entrar. Ella y Briana llegaban con canastas llenas de provisiones para un buen desayuno y con Aine, que las dejó dirigirse a la cocina para venir a darme un abrazo.
—Perdóname, pero todavía no se me pasa la alegría de volver a verte —sonrió—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?
—Bien, bien, ¿qué haces levantada tan temprano?
—Aprovechar la excusa para venir a ve