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Por la tarde, Mael advirtió mi creciente fatiga. Había pasado la mañana limpiando con Briana, y después del almuerzo comenzó a ganarme un sopor que no lograba sacudirme.

—Ya ha estado bien de trajín —me dijo—. Me llevaré a los niños al bosque para que puedas dormir al menos dos horas.

—Pero está lloviznando —objeté.

—Somos lobos, mi pequeña. Y el bosque nos protegerá si llueve —sonrió.

Las hijas de Kaile aceptaron encantadas la invitación, y allí se fueron con su madre, Mael y los niños, todos en cuatro patas, trotando hacia el bosque que se extendía al este de Reisling. Con la discreción que la caracterizaba, Briana recogió cuanta ropa usada halló y se excusó para ir a la lavandería.

Tan pronto quedé sola, Enyd llegó con un frasco lleno de hongos frescos y aceite para hacerme masajes, y luego me ayudó a bañarme con más hierbas relajantes en el agua. Me costó llegar sola a la cama, y poco después me dormía profundamente en el silencio perfumado que

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