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Faltaba poco para el amanecer cuando escuchamos las voces allá adelante. Eran mis sobrinos, que poco después llegaron corriendo a saltarme encima como cachorros. Mora no los reprendió, sabiendo que ya lo haría yo de ser necesario. Se limitó a hacerse a un lado y reír por lo bajo mientras nosotros saltábamos y rodábamos por la nieve. Acabamos los cuatro echados en un apretado montón, todavía mordisqueándonos de alegría.

Cuando Milo se imprimara con Fiona, dejándome como el único soltero de nuestra camada, los hijos de Mora estaban en edad de comenzar a acompañarme a cazar en el bosque. Y pronto se habían convertido en mis cómplices incondicionales, dispuestos a seguirme dondequiera que fuera.

Hacía al menos un año que no los veía, y aquel reencuentro me aportaba un necesario alivio a mis ánimos, distrayéndome de la gravedad de la situación, mis temores, mi angustia.

Las noticias que traían eran alentadoras: Alfa Janos había tomado Solstein sin oposición, y Mendel

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