Cuando me detuve ante ella, olía como si estuviera envuelta en un manto de pena. Le toqué la frente con mi hocico y me senté, aguardando que se calmara.
—¡Lo siento tanto, mi señor lobo! —gimió, incapaz de controlar su llanto—. ¡Luna Risa! ¡No pude hacer nada por ella!
Brenan se nos unió en ese momento, en dos piernas, todavía cerrándose la camisa.
—Tranquila, Luva. Alfa Mael sabe lo ocurrido. Y sabe que los ayudaste al extremo de poner tu propia vida en peligro para que pudieran escapar del castillo.
—¡Pero Luna Risa…! —sollozó, transida de dolor—. ¡Debería haberlos guiado yo misma al otro lado del camino! ¡Y no me atreví! ¡Lo que le ocurrió a Luna Risa es culpa mía!
—Ya, ya. Vamos dentro, que hace un frío de mil demonios —insistió Brenan con acento afectuoso—. No querrás que mi tío se nos enferme, ¿verdad?
Aquello pareció hacerla reaccionar, y se puso de pie con ayuda de mi sobrino para precedernos a la casa. Allí nos ofrecieron ropas limp